Tengo un
girasol, una rosquilla y un sol, pero no me sirven de nada. ¿De qué vale tener
el mundo entero si no hay quien compartirlo? Y no se exagere, tampoco quiero
captar su atención, ni sonar lúgubre. Digo de compartir literalmente y yo estoy
sin poder hacerlo y estoy siendo el
punto al margen de la hoja, casi que ni me veo, casi que ni me alcanzan las
ganas para resaltar un poquito, casi sin elocuencia mido el tiempo y el rango
que contabiliza los minutos de sonrisas cada vez tiene menos sentido. Es que uno
nunca se espera que se le venga un temporal encima y cuando viene este, casi anónimo,
¿Quién lo mando? Ahí te vez callado y en silencio sin advertir que está
pasando, y te desmoronas con una idea a la que le rendís fidelidad y te quedas ahí
sin compartir las lagrimas, ni las risas con nadie… Esperando que todo pase, si
es que algún día se digna ha irse para otro lugar el diluvio.
Tal vez sea solo cuestión de tiempo, algo quizás llene de música este silencio, sin embargo nos queda mucho por hacer, no importa que, ni cómo, ni cuando, algo quizás puede cambiar…
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